Cuántas veces, como terapeutas o como simples hijos, padres, hermanos, parejas o amigos de alguien a quien creemos ver equivocado, nos empeñamos en tratar de convencerlo para que obre como nosotros queremos que lo haga?
A propósito de este tema, esta semana en el Boletín del Centro Transpersonal de Buenos Aires, escrita por Virginia Gawel & Eduardo Sosa, pude leer esta reflexión, que me pareció tan atinada y tan importante, que quisiera compartirla con quienes ingresen a este blog. Aquí va:
El acoso asistencial
Todos vinimos a este mundo a AYUDAR. Pero rara vez alguien viene a SALVAR a otro. Hay una delgada línea que, si la cruzamos, el gesto
de ayuda se convierte en algo poco sano, tanto para el que asiste como para el asistido.
A esto le llamamos ACOSO ASISTENCIAL.
Sucede cuando una persona asume el rol de ayudadora, y ejerce compulsivamente la necesidad de "rescatar" a otro/s de aquello que cree que no es bueno para su vida. Insistirá e insistirá, obsesionándose en buscar distintas formas de "llegar" al otro, frontalmente o con sutiles estrategias, aún a costa de su propia salud y de su íntimo REAL destino: su vida personal se irá desdibujando, quedando, -sin que se dé cuenta,- suplantada por la vida ajena. Pero... aunque duela asumirlo, la vida del otro es... LA VIDA DEL OTRO!! Y muchas veces a ese otro... ni siquiera le interesa en lo más mínimo cambiar!! De allí la broma que se hizo en un Congreso de Psicología Transpersonal: "¿Cuántos terapeutas hacen falta para cambiar una lamparilla eléctrica? Respuesta: sólo UNO. Pero la lamparilla tiene que QUERER cambiar!"
Una poetisa cuyo nombre hemos extraviado tiene dos versos geniales: "Mi salvación es asunto mío. La vida es mi campo de juego." Después de todo, sinceramente, ¿cuánto te ha costado cambiar tus rasgos más difíciles? ¿Cuánto has trabajado sobre ellos con esfuerzo, desaliento y un eterno volver a empezar? Eso demuestra que cambiar, aún QUERIENDO, requiere de una profunda intención, sostenida a través del tiempo. Entonces, ¿cómo le ha de ser posible cambiar a alguien que ni siquiera tiene la menor intención? ¿Le harás una transfusión de ganas, donándole tu propia sangre para que se dé cuenta de que su vida necesita ser diferente? Y... ¿dónde está el límite entre el ayudar y el entrometerse en el destino ajeno, manipulándolo "para su bien"? Nosotros no lo sabemos. Cada caso requiere ser concienzudamente revisado.
Podría decirse que, casi sin excepción, ninguna ayuda debe ejercerse al costo es desgastar la propia vida. Pues hay algo claro: el primer cuidado que todo ayudador debe brindar es... a sí mismo. ¿Cómo es esto? Tal cual lo enseñan las aeromozas antes de despegar un avión: en caso de peligro, al caer las máscaras de oxígeno, primero uno tiene que colocársela a sí mismo, y sólo después podrá ayudar a cualquier otro (un anciano, un niño, o quien fuere). A practicar, entonces, la Atención Plena para "pescarnos" cuando estemos ejerciendo, sin advertirlo, actitudes de acoso asistencial.
Les agradecería que me enviaran sus comentarios a mi casilla de mail:
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Claudia Gentile
Grafóloga Pública
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